8 de Junio 2004

Merceditas no hace caso (Salcedo y Eva tampoco)

-Usted se enoja, y comete un error. Algún día me agradecerá el consejo (como-le-decía-San-Martín-a-su-hija-Merceditas-“esfuérzate-por-morigerar-las-aristas-del-carácter”, y yo me cago en ti y en toda tu familia): tal como le escribió el General San Martín a su hija Merceditas “esfuérzate por morigerar las aristas del carácter; esa es la clave, Salcedo. Esa es la clave.”.

Juan siempre se adelanta mentalmente al monólogo y está sentado a lado de Salcedo aunque medio metro detrás de él. Sólo llega a verle la nuca y parte de su perfil izquierdo. Esa posición, enfrentado al inmenso escritorio pero oculto de la mirada del visitante, es una acción convenida y premeditada que le permite no comprometerse con el convocado y mantener la atención en los gestos y palabras que emite su jefe, el Director de la Agencia, desde el otro lado del escritorio para consentir o sancionar según la ocasión, pero siempre por medio de una expresión imperceptible ajena a quienes no comparten el código.

Salcedo, tan antiguo en ese ámbito como en las rectas costumbres que cree ostentar, ha llegado a esa instancia portando un dictamen que desaconseja hacer lugar a un recurso interpuesto por “Federal Commitive & Co.” para reconsiderar una millonaria penalidad impuesta por él en la instancia inferior. Ha llegado hasta allí, desoyendo las voces de sus pares que le desanimaban transitar por ese camino.

El escritorio de Ulloa flota en la inmensidad de su despacho. Las paredes forradas en boisserie le imprimen al ambiente una presencia lúgubre y formal. En el sector oeste reposa un chesterfield negro de cuatro cuerpos y dos de uno de igual diseño que forman entre todos una “U” alrededor de una mesa centro con tapa de vidrio a través de la cual se distingue, sobre el roble, un tapete Bijar en color terracota de repetitivo diseño herati con nudos simetricos y dobles lineas horizontales compactadas, que le elegió el pasado año su esposa Amelia en viaje a la ciudad de Kermanshah ubicada al occidente de Irán (Juan sabe que en realidad, lo compró en la Rue de Rivoli cerca de "Le Café Marly" y en la compañía clandestina de Fabien Chesnais, un antiguo compañero de estudios. Le consta con precisión, que Amelia nunca se acercó a las cavilaciones de Oriente y que en aquél viaje sólo rindió culto con fervor místico ante el sexo inflamado y entumecido de Fabien).

La foto sonriente de Ulloa en compañía del Presidente, cuelga en ese lugar alejado del escritorio y está iluminada por una araña de bronce macizo de ocho luces y cuantiosos caireles de cristal de roca que tiende con pesadez de una nervuda cadena que inicia el recorrido desde el rosetón dorado adherido en lo alto del techo.

Una pintura de Iturria, producto de algún presente olvidado, pende de una de las paredes, cuyo despojado Cadaqués de botes y costas pastel, desentona entre tanta urbanidad dieciochista.

“Quédese tranquilo doctor, estamos con usted”, y lo dice mientras se levanta de su oscuro sillón basculante y recorre despaciosamente el perímetro del escritorio hasta llegar a Salcedo, quien ya se encuentra de pie y está recogiendo torpe y rápido la documentación que trajo, al par de advertir que con sus manos ha dejado empañada la vitrea. “¿Le dejo la carpeta?”. “No, no hace falta”, dice Ulloa mientras le palmea el hombro: “El Dr. Juan Uriburu se encargará de ello”.

Juan se levanta y lo acompaña hasta la puerta. Lo despide, gira sobre si y ve que Ulloa está a punto de hablar por teléfono. Mientras marca el número, sin levantar la vista dice: “Pobre Salcedo, un cagón idealista”.

Juan guarda su Meisterstück en el bolsillo interno izquierdo de su traje oscuro a rayas, y en la acción deja ver unos Bulgari de centro de ónix negro que asoman de la abotonadura de su inmaculada camisa blanca de doble puño y cuello italiano que enmarca una sobria corbata de rayitas grises y negras.

Suena su celular y mirá el número: “Privado”. Y lo atiende a pesar de que nunca lo hace cuando no hay identificación precisa. “¿Hola Ju, te acuerdas de mi? Soy Eva. Hoy por la mañana desperté en tu casa”.

Escrito por Timon a las 8 de Junio 2004 a las 05:11 PM
Comentarios

Parece un cuadro de algún pintor flamenco del siglo XVII, con un amoroso cuidado hacia los detalles mínimos y una adjetivación digna de la mejor paleta de colores. Me encanta el paréntesis sobre la forma y el lugar en el que adquirió la mujer el tapete. Es u engaño y unos cuernos llevados con mucho estilo, sin duda.
Para cuando el libro?

Escrito por odyseo a las 8 de Junio 2004 a las 05:44 PM

Mírala, aparece telofonica e inesperadamente; ni el mismo Timón se esperaba esa llamada, o igual todo ha sido una treta para que ella llamara.

Escrito por bea a las 8 de Junio 2004 a las 08:37 PM

Así de buenas a primeras, se me pasó por la cabeza lo que ya comentó Odyseo, pero sin llegar a su clase...
Para cuándo la novela?
Me encantó la precisa y milimétrica descripción de absolutamente todo lo que se podía percibir en esa estancia, bueno, y la historia de los cuernos, que en el fondo tengo alma de maruja xDD
Un saludo!

Escrito por Turandot y el enano a las 8 de Junio 2004 a las 11:33 PM

Eso, eso novelaaaaa, novelaaaa!!! Tus fans la reclamamos a gritoooos!!
PD: Veo que Juan sigue vivito y coleando :DD

Escrito por Lyzzie a las 9 de Junio 2004 a las 03:31 PM

"Vosotros" (como dicen ustedes) "sois" demasiado generosos con este humildísimo obrero del lápiz.
Ya verán las porquerías que debe presenciar Ju de su querido Ulloa. Y ojo que el malo es Ju. Ulloa es un impresentable (los malos siempre están en la segunda línea).

Escrito por Timón a las 9 de Junio 2004 a las 11:30 PM
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